El poder coloca
Recuerdo aquel mitin bochornoso en que el hombrecillo insufrible bromeaba con una militante sobre el tamaño y la calidad de sus partes pudendas (las de Aznar, no las de la pobre señora, aunque no sé si la señora era pobre, la verdad). Todos rieron a carcajadas la ocurrencia porque a la derecha testicular le encanta hacer chascarrillos sobre la mejor parte de su cerebro. El otro día, a una periodista de televisión que le hizo una pregunta comprometida, después de firmarle un ejemplar de su libro le devolvió el bolígrafo introduciéndoselo en el escote. La chica no entendió la gracia machista, yo tampoco, pero seguro que la tiene porque su cara de macho insufrible se le iluminó con esa sonrisa inteligente que sólo él sabe poner en los momentos trascendentales.
Yo tengo la teoría de que no es tan tonto como se empeña en hacernos creer, quizá para zafarse de sus responsabilidades. Creo, de verdad, que el peso de las obligaciones de Estado es tan inmenso que sólo puede ser soportado sin grandes desperfectos de ánimo por sujetos de mente equilibrada. El poder crea una falsa percepción del mundo, pues la realidad le llega filtrada, como una lente que rodea al sujeto, que poco a poco va engordando al tiempo que crece la deformación de la visión de la realidad. Mientras tienes el poder, todo va bien, pero cuando lo pierdes y sigues conservando la lente deformante como si nada hubiese cambiado, haces el ridículo.
Esto es el principio de Trastornos de poder, en el blog de Manolo Saco. Me gusta bastante, y esta entrada más que de costumbre, así que aprovecho para recomendarlo.
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