Cómo se educan los hijos, I: ¡Alerta con los cines!
Amenacé con hacerlo, y ¡aquí está! ¡Los primeros fragmentos de esa gloriosa obra del Padre Sarabia, Cómo se educan los hijos, del año 54! (Siento las exclamaciones; me lo ha pegado el padre Sarabia, que escribe un poco a lo Stan Lee). Tened en cuenta que he puesto solo lo más espectacular, que hay que copiarlo a mano. He respetado la tipografía original (esos cines en cursiva vienen del original, supongo que porque aún era una palabra "demasiado extranjera").
¡Alerta con los cines! (capítulo X de la parte 6ª)
Avanzan los tiempos, progresan las ciencias, se desarrollan las artes e industrias; solamente en la pureza de la fe y en la santidad de costumbres parece que vamos a paso de gigante hacia atrás..., ¡a los horrores y nefandos crímenes del paganismo!
¡A los teatros, al circo, a los juegos!, gritaban las antiguas turbas romanas emborrachadas por la sed de sangre y de cieno. Y allá iban aquellas oleadas de carne humana a recrearse viendo correr a torrentes la sangre de los gladiadores o contemplando las cínicas desenvolturas de las comediantas griegas y bailarinas egipcias. Pero a las puertas de aquellos degradantes espectáculos se alzaba la Iglesia, la eterna Virgen, la inflexible predicadora de la virtud, gritando a los que llevaban sobre su frente la cruz de Cristo: ¡Atrás! ¡Alerta con los Teatros! ¡Alerta con esos espectáculos!... ¡Atrás!
Y los discípulos de Cristo se retiraban a las catacumbas. ¡Quizá pocos días después eran ellos víctimas de aquellas locas muchedumbres entre las garras de leones y panteras!
Nada dijeron los antiguos Padres de la Iglesia de la inmoralidad de los cines, por la sencilla razón de que esos espectáculos son de hoy, son una invención maravillosa de la ciencia moderna. Pero la Iglesia no calla jamás cuando ve en peligro la salvación de sus hijos, y ha mandado a obispos, sacerdotes, misioneros y confesores que se pongan a las puertas de esos tinglados improvisados para representación de películas cinematográficas y alcen la voz y griten a a esas turbas cristianas que se atropellan por penetrar: ¡Alerta! ¡Alerta con los cines!
(...)
Es un gran peligro.
¡Alerta con los cines! (capítulo X de la parte 6ª)
Avanzan los tiempos, progresan las ciencias, se desarrollan las artes e industrias; solamente en la pureza de la fe y en la santidad de costumbres parece que vamos a paso de gigante hacia atrás..., ¡a los horrores y nefandos crímenes del paganismo!
¡A los teatros, al circo, a los juegos!, gritaban las antiguas turbas romanas emborrachadas por la sed de sangre y de cieno. Y allá iban aquellas oleadas de carne humana a recrearse viendo correr a torrentes la sangre de los gladiadores o contemplando las cínicas desenvolturas de las comediantas griegas y bailarinas egipcias. Pero a las puertas de aquellos degradantes espectáculos se alzaba la Iglesia, la eterna Virgen, la inflexible predicadora de la virtud, gritando a los que llevaban sobre su frente la cruz de Cristo: ¡Atrás! ¡Alerta con los Teatros! ¡Alerta con esos espectáculos!... ¡Atrás!
Y los discípulos de Cristo se retiraban a las catacumbas. ¡Quizá pocos días después eran ellos víctimas de aquellas locas muchedumbres entre las garras de leones y panteras!
Nada dijeron los antiguos Padres de la Iglesia de la inmoralidad de los cines, por la sencilla razón de que esos espectáculos son de hoy, son una invención maravillosa de la ciencia moderna. Pero la Iglesia no calla jamás cuando ve en peligro la salvación de sus hijos, y ha mandado a obispos, sacerdotes, misioneros y confesores que se pongan a las puertas de esos tinglados improvisados para representación de películas cinematográficas y alcen la voz y griten a a esas turbas cristianas que se atropellan por penetrar: ¡Alerta! ¡Alerta con los cines!
(...)
Es un gran peligro.
La realidad es que los cines en nuestros días son un gran peligro para niños y para grandes, uno de los focos de donde salen más abundantes esas oleadas de inmoralidad que lo corrompen todo.
(...)
(...)
Daños de los "cines".
¿Daños de los cines? Innumerables y gravísimos. Empecemos por los del cuerpo.
Que las películas hacen muchísimo daño a los ojos es cosa que afirman todos los médicos.
(...) Lo compendió todo muy bien el doctor Miguel Estorch en una conferencia que leyó en el Ateneo barcelonés. He aquí sus palabras:
"El centelleo y la vibración de las imágenes excitan exageradamente la retina, que por su naturaleza íntima no está destinada a sufrir tan bruscos contrastes; y estas excitaciones continuadas son origen de congestiones, primero; de inflamaciones y consecutivos derrames, después; hasta que, por fin, graves degeneraciones del tejido retiniano, haciéndole inepto para las funciones que le son propias, ocasionan la ceguera... " (...)
No solo los ojos están expuestos a graves enfermedades en los cines; todo el sistema nervioso se agita, se exalta, se desencadena demanera violentísima. La imaginación es una turbina lanzada con vertiginosa rapidez. En esa fotografía interior se retratan las películas que vemos enfrente de nosotros, y la imaginación les da vida, movimiento, y de ahí sensaciones vivísimas de miedo, de esperanza, de horror, de cariño, de compasión, de entusiasmo, de alegría, de venganza. ¿Y es posible que esas agitaciones nerviosas tan intensas no produzcan efectos morbosos en nuestro organismo, sobre todo si son frecuentes?
Apelo otra vez al dictamen de todos los médicos. Resumiendo uno de ellos las opiniones de los demás, os contestará: "La literatura médica de nuestros días presenta una proporción horrorosa de desequilibrios nerviosos a causa de los variadísimos elementos emocionantes de la vida moderna. Y no cabe duda que al cine se le acusa entre los hombres de ciencia, de experiencia y de observación, como uno de los principios más fecundos de neuropatías y de nerviosismos." (...)
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