sábado, 17 de marzo de 2007

Calorías extra para huir de los leones

Tronchante entrada en Diario de un Copépodo:
(...) Lo importante es que Saulo pasó a llamarse Pablo, se bautizó, recuperó la vista y no sólo se convirtió al Cristianismo sino que cambiaría su curso para siempre, y esta es la razón por la que me cae gordo: no puedo evitar ver en San Pablo a un impostor llegado en el último momento, que no sólo nunca conoció a Jesús directamente -y por lo tanto no recibió sus enseñanzas- sino que además se puso a enmendarles la plana a los apóstoles hasta conseguir manejar el cotarro él solito. (...) Hoy diríamos que era del “núcleo duro del partido” y cosas por el estilo: erradicó todo tipo de costumbres judías ancestrales y sus aportaciones a la Biblia están llenar de normas, de prohibiciones, de dogmas y de reglas a seguir y en definitiva cambió el espíritu original del mensaje de Jesús de Nazaret, lleno de amor y buen rollito. Pues eso, que no puedo dejar de verlo como un advenedizo.

Sin embargo, no todo iba a ser malo. A mí con San Pablo me pasa como con Aznar: su forma de ejercer el poder me resulta un tanto nauseabunda, pero siempre les estaré eternamente agradecido (y de verdad, de corazón) por algo en concreto. En el caso de Aznar fue por el fin del servicio militar obligatorio, y en el caso de San Pablo, por el levantamiento de la prohibición de consumir carne de cerdo. (...) Los antiguos judíos eran gente bastante supersticiosa y maniática. Su religión incluía toda una serie de prohibiciones a cual más estrambótica incluso para aquellos tiempos: no estar cerca de una mujer mientras está menstruando, no cortarse el pelo de las patillas, no cultivar dos vegetales distintos en el mismo campo, no yacer con varón como con mujer o (atención) abstenerse de comer carne de cerdo. (...)

Aunque comprensible para aquellos tiempos, cualquier lector ibérico-macaronésico estará de acuerdo conmigo en que esta norma es una pena. Máxime cuando podemos observar en nuestros días que tales supersticiones se han fosilizado en el alma de los actuales socios del Judaísmo y, por herencia directa, de sus colegas musulmanes. Tal que así nos habría ido a todos nosotros independientemente de nuestra mayor o menos beatitud, pues es bien sabido cómo se las gasta la Iglesia en lo que se refiere a esculpir costumbres y fobias en los encéfalos por muy irracionales que estas sean, y en la historia de nuestro(s) país(es) esta gente ha cortado mucho el bacalao (lo de países va por el sector hispanoamericano de los lectores, no se vaya a sacar punta a ese comentario). Si no ocurrió así con los cristianos, decía, fue precisamente gracias a Pablo, que durante una siesta tuvo una nueva visión en la que le llegaban del cielo butifarras, salchichas, chorizos, panceta, solomillos, paletillas, lomos adobados, orejas, morritos, codillos, morcillas y, en el centro, un delicioso jamón pata negra dieciocho bellotas de un puerco criado en la prístinas dehesas de Lusitania cortado en taquitos muy finos muy finos. San Pablo, que era muy, pero que muy santo, lo rechazó (¡juas juas!), aunque con rápida oportunidad una voz celeste le animó a salir del armario y ponerse hasta reventar de productos porcinos porque “todo es obra de Dios y por lo tanto es bueno”. Así lo escribió Pablo, así lo transmitió y así quedó establecido: los cerdos son divinos, cómelos hasta reventar. De esta forma fue como los cristianos se libraron de aquella lacra gastronómica y de paso consiguieron calorías extra para huir de los leones.

Yo, que soy un poco tocapelotas, tengo muy claro que si hubiera tenido la oportunidad de participar en una rueda de prensa protagonizada por este personaje le haría incisivas preguntas sobre la visión porcina. ¿Acaso por ser hombre de mundo y conocedor de vastos y lejanos países desde Panfilia hasta Macedonia y desde Judea hasta el Latium no se expuso a conocer nuevas experiencias? ¿No es tras una dura marcha a pie cuando más dispuesto se está a compartir condumios con los compañeros de viaje? ¿No existe la posibilidad que en algún descansito a lo largo de la Vía Apia un trotamundos celtíbero le ofreciese a cambio de un trocito de su cordero reseco un mordisquito pequeño e inofensivo de un bocadillo de jamón serrano bien curado con su tomate, su ajito y su aceite de oliva? ¡Amigos del blogoplancton, bendita fue la hora! ¡Eso es un milagro y lo demás son tonterías!
¡Demos gracias al señor! (al señor Pablo, claro).

Si no me equivoco (= "si la wikipedia no se equivoca"), Pablo escribió la primera a los Corintios, así que aquí podéis ver por qué es mejor casado que arder en el infierno, o aquí por qué la cabeza de toda mujer es un hombre (con apoyo de otras epístolas).

3 comentarios:

  1. ¡Hala, primer comentario spam en el blog, que recuerde!

    Pero como es soso, lo he borrado, Si al menos fuera de esos de conseguir mujeres hipnotizándolas o algo así...

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  2. Anónimo20:22

    Joer Lanarch, he tardado todo este tiempo en darme cuenta de que habías hablado aquí de lo del jamón y San Pablo. Aunque sea tarde déjame agradecerte el detalle.

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  3. ¡No tienes nada que agradecerme, y yo a ti sí! XD

    Vamos, que el 80% del post es anarroseo de lo tuyo, y encima me das las gracias. Gracias a ti por escribirlo :)

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