Estrella invitada: Jezabel, hace mucho tiempo, en un cloroplasto muy muy lejano...
Como soy un vago, estoy intentando engañar a los colegas para que me escriban entradas. Ni siquiera me he esforzado en pensar esta idea, porque la he plagiado del blog de Lorzagirl. Os dejo con Jezabel para que os explique la apasionante vida del biólogo. Por cierto, lo que cuenta de las prácticas es cierto, trabajó en la sección de microbiología de un hospital militar. ¿A que da mucho miedo?
Puesto que esta es la primera vez que Lanarch invita a alguien a que despotrique contra el multiverso desde su humilde ventana al mismo, supongo que debo sentirme honrada. La verdad es que esperaba aplausos en off, y ver mi imagen superponiéndose a la suya desde una cortinilla de estrella –efecto elegante donde los haya –, pero tampoco voy a quejarme.
He aquí, pues, un ensayo que magnifica la muy noble profesión de bióloga, largos años vituperada gracias a una cabeza de serrín con más delantera que neuronas.
Empezando por el principio. Las ocho de la mañana es una buena hora para algún tipo de actividad, estoy segura, pero desde luego que no lo es para ir a clase. En fin, asumiendo que se supone que debo ir, la idea es arrastrarte hasta la ducha, desde tu cama calentita, sabiendo que en el exterior, ese vórtice polar que llaman ciudad, hace dos grados como mucho. Pero no importa. Porque yo soy bióloga, y consciente como soy de los estragos que el frío ha provocado en otras especies, doy gracias porque la próxima glaciación no nos ha pillado todavía.
Te arrastras, iba diciendo, despertada por la musical sintonía de un despertador mortífero cuya alarma probablemente perteneciera en otra vida a un submarino ruso, ya sabéis, estas rojas y luminosas que hacían uiiiu, uiiiu, uiiiu, cuando algún americano les lanzaba un torpedo mortal. Te arrastras hacia la ducha – por fin llegas – y disfrutas de una descarga de agua caliente tan limitada que parece que alguien esté calentando con un mechero sesenta litros del líquido elemento. Pero no importa. Porque tú eres bióloga, y no te estás duchando. Qué va. Estás renovando los microecosistemas dérmicos. Así de chula. Así que acabas de enjabonarte – casi puedo oír los triglicéridos haciendo fshhhhhhhh – aclararte y secarte, te vistes como puedes, porque estás tan dormida que estás a punto de ponerte las mangas como leotardos, y sales al mundo.
El mundo en cuestión es ese estupendo lugar que en clase te han vendido como nicho ecológico. Se supone, y es mucho suponer, que debería ser un entorno óptimo, pero eso es una gran mentira. Para empezar, corretear por la calle helada resulta un tanto problemático cuando una odia corretear, pero se supone que somos bípedos por algo y hay que disfrutar de los dones que la genética nos otorga. Correteemos, pues, por eso y porque llego tarde a clase, como todos los días. Para continuar, los juveniles de nuestra especie – léase niños –están tan catastróficamente subdesarrollados que me sorprende que no estemos en peligro de extinción. Parecen carecer de al menos cuatro de sus cinco sentidos (con el gusto ya no me meto), porque muchos de ellos se empeñan en evitar leyes físicas elementales, tales como que, criatura, si estoy pasando yo no puedes pasar tú. Incluso algunos desafían la estadística: sabiendo que hay un doscientos por cien de probabilidades de que si un desconocido te toca el trasero, ese alguien va a perder el carné de padre inmediata y dolorosamente, estos niños consiguen salir ilesos del trance, felices y contentos, embutidos en sus estúpidos trajes de pseudo-astronauta de colores chillones que provocan desprendimiento de retina. Claro, la culpa no es suya. Viendo como conducen sus padres (más conocidos como Parental A y Parental B) esos flamantes todoterrenos –bueno, teniendo en cuenta las cuestas que hay en Salamanca, se lo perdono – no me extraña ni lo más mínimo que los críos hayan salido así de cafres. En momentos así, un biólogo – o pre-biólogo en mi caso – se acuerda de porqué exigen el carné de manipulador de animales para sacrificarlos. Aún así, tienta.
Bueno. Supongamos que se superan las dificultades del entorno y el individuo, o sea, yo, logra alcanzar su objetivo: la facultad.
Para los que nunca hayan visitado esta mi amada ciudad, diré que mi facultad parece más el típico chalé cutre que una excelsa casa de cultura. Me explico: dos pisos, siete aulas, un ascensor sacado de la Enterprise y una encargada de la fotocopiadora lenta, lenta, lenta. Lenta. Leeeeeeenta.
Continúo. Mis profesores son virguerías. A lo largo de la carrera he visto cosas que acojonarían a cualquiera, he destripado ratas y machacado órganos, he manipulado fluidos humanos – para las mentes más sucias, estuve de prácticas este verano en un hospital, y sí, en los laboratorios analizábamos cualquier fluido – y nunca he tenido el más mínimo reparo. Eso sí. Hay cosas por las que no paso. Por ejemplo:
- A media mañana debería estar despierta, y si no lo estaba, ya me espabiló la declaración de un magister, que con toda su inocencia espetó: “¡En esta clase obedecemos las leyes de la termodinámica!”
- Pretenden hacerme creer que hoy día es normal que un matrimonio tenga ocho hijos. Bueno, vale, tal vez como ejemplo genético sea genial, pero… No. No cuela. Por no mencionar que los profesores parecen ignorar completamente –excepto microbiólogos –la existencia de los anticonceptivos. ¿Qué se puede esperar de unos tíos que se empeñan en decir matrimonio cuando hablan de un cruce entre ratas? Comprendería que se refirieran a cruce cuando hablasen de humanos, pero lo otro… No sé.
- En medio de una clase, escucho a uno de mis conespecíficos –concretamente el de atrás – una frase que me llegó al alma: “Se me han quemado las alubias, digo yo.” Ah. Pues vale.
Entre estas y más estrambóticas situaciones se desarrolla el día a día de un aspirante a biólogo. Pero esto no es lo más divertido, no. Algunas almas sensibles considerarán lo que escribo a continuación de mal gusto –una gilipollez, no es más que la vida misma –, pero no creo que estén leyendo el blog del Lanarch.
Lo más divertido, es haber aprendido cosas como que los úteros de las ratas llegan hasta las axilas, y la cría que allí se desarrolla muere asfixiada. Si alguien creía en el Diseño Inteligente, aquí tiene la prueba irrefutable de que esa teoría no es válida.
Sin embargo, no todo es jolgorio y alegría en la vida del biólogo. No, ni mucho menos. Situaciones difíciles se suceden en todo momento, como aquella en la cual nos pasamos dos meses hablando de microtomos. Para quienes lo ignoren, los susodichos microtomos son el equivalente científico de las máquinas de las carnicerías de cortar el jamón. Básicamente, son un soporte con una cuchilla. Y tajan. No tiene más misterio. La situación difícil a la que me refería ocurrió en las prácticas, cuando, después de los dos meses de escuchar a un profesor hablando de esos simpáticos aparatos, y tras hora y media de explicaciones prácticas sobre los mismos (la cuchilla corta, el soporte es para la muestra, la muestra se pone en el soporte, y la cuchilla la corta, cuidado que corta, la cuchilla), a todos nos sorprendió la duda insoportablemente ingeniosa de una de nuestras compañeras: “Pero, a ver, la cuchilla, ¿para qué sirve?” Después de eso me planteé enseñarle por el método empírico para qué sirve la maldita cuchilla. Aún así, respeté su miserable vida, porque la biología me ha enseñado la importancia del pool genético.
Aún así, de todas las cosas raras que la carrera me ha mostrado, la perla soberana es ésta. Existe una asignatura de libre elección llamada “La Humanidad underground: prospectiva sobre el mal”, cuyos propósitos son, entre otros, y cito textualmente: “…comprender las imágenes del mal que se han generado en las diversas culturas. Reconocer la pervivencia de esta realidad multiforme en la actualidad.” En particular, el tema 3 parece fascinante: Los escenarios y personificaciones del mal. La única pega es que se imparte en el campus de Zamora. Si alguien es de allí y quiere ir, que sepa que es lunes y jueves a las 4.
Mola ser biólogo. Mala fama tenemos, eso lo admito, pero el mundo nos necesita. Aunque no lo sepa.
Puesto que esta es la primera vez que Lanarch invita a alguien a que despotrique contra el multiverso desde su humilde ventana al mismo, supongo que debo sentirme honrada. La verdad es que esperaba aplausos en off, y ver mi imagen superponiéndose a la suya desde una cortinilla de estrella –efecto elegante donde los haya –, pero tampoco voy a quejarme.
He aquí, pues, un ensayo que magnifica la muy noble profesión de bióloga, largos años vituperada gracias a una cabeza de serrín con más delantera que neuronas.
Empezando por el principio. Las ocho de la mañana es una buena hora para algún tipo de actividad, estoy segura, pero desde luego que no lo es para ir a clase. En fin, asumiendo que se supone que debo ir, la idea es arrastrarte hasta la ducha, desde tu cama calentita, sabiendo que en el exterior, ese vórtice polar que llaman ciudad, hace dos grados como mucho. Pero no importa. Porque yo soy bióloga, y consciente como soy de los estragos que el frío ha provocado en otras especies, doy gracias porque la próxima glaciación no nos ha pillado todavía.
Te arrastras, iba diciendo, despertada por la musical sintonía de un despertador mortífero cuya alarma probablemente perteneciera en otra vida a un submarino ruso, ya sabéis, estas rojas y luminosas que hacían uiiiu, uiiiu, uiiiu, cuando algún americano les lanzaba un torpedo mortal. Te arrastras hacia la ducha – por fin llegas – y disfrutas de una descarga de agua caliente tan limitada que parece que alguien esté calentando con un mechero sesenta litros del líquido elemento. Pero no importa. Porque tú eres bióloga, y no te estás duchando. Qué va. Estás renovando los microecosistemas dérmicos. Así de chula. Así que acabas de enjabonarte – casi puedo oír los triglicéridos haciendo fshhhhhhhh – aclararte y secarte, te vistes como puedes, porque estás tan dormida que estás a punto de ponerte las mangas como leotardos, y sales al mundo.
El mundo en cuestión es ese estupendo lugar que en clase te han vendido como nicho ecológico. Se supone, y es mucho suponer, que debería ser un entorno óptimo, pero eso es una gran mentira. Para empezar, corretear por la calle helada resulta un tanto problemático cuando una odia corretear, pero se supone que somos bípedos por algo y hay que disfrutar de los dones que la genética nos otorga. Correteemos, pues, por eso y porque llego tarde a clase, como todos los días. Para continuar, los juveniles de nuestra especie – léase niños –están tan catastróficamente subdesarrollados que me sorprende que no estemos en peligro de extinción. Parecen carecer de al menos cuatro de sus cinco sentidos (con el gusto ya no me meto), porque muchos de ellos se empeñan en evitar leyes físicas elementales, tales como que, criatura, si estoy pasando yo no puedes pasar tú. Incluso algunos desafían la estadística: sabiendo que hay un doscientos por cien de probabilidades de que si un desconocido te toca el trasero, ese alguien va a perder el carné de padre inmediata y dolorosamente, estos niños consiguen salir ilesos del trance, felices y contentos, embutidos en sus estúpidos trajes de pseudo-astronauta de colores chillones que provocan desprendimiento de retina. Claro, la culpa no es suya. Viendo como conducen sus padres (más conocidos como Parental A y Parental B) esos flamantes todoterrenos –bueno, teniendo en cuenta las cuestas que hay en Salamanca, se lo perdono – no me extraña ni lo más mínimo que los críos hayan salido así de cafres. En momentos así, un biólogo – o pre-biólogo en mi caso – se acuerda de porqué exigen el carné de manipulador de animales para sacrificarlos. Aún así, tienta.
Bueno. Supongamos que se superan las dificultades del entorno y el individuo, o sea, yo, logra alcanzar su objetivo: la facultad.
Para los que nunca hayan visitado esta mi amada ciudad, diré que mi facultad parece más el típico chalé cutre que una excelsa casa de cultura. Me explico: dos pisos, siete aulas, un ascensor sacado de la Enterprise y una encargada de la fotocopiadora lenta, lenta, lenta. Lenta. Leeeeeeenta.
Continúo. Mis profesores son virguerías. A lo largo de la carrera he visto cosas que acojonarían a cualquiera, he destripado ratas y machacado órganos, he manipulado fluidos humanos – para las mentes más sucias, estuve de prácticas este verano en un hospital, y sí, en los laboratorios analizábamos cualquier fluido – y nunca he tenido el más mínimo reparo. Eso sí. Hay cosas por las que no paso. Por ejemplo:
- A media mañana debería estar despierta, y si no lo estaba, ya me espabiló la declaración de un magister, que con toda su inocencia espetó: “¡En esta clase obedecemos las leyes de la termodinámica!”
- Pretenden hacerme creer que hoy día es normal que un matrimonio tenga ocho hijos. Bueno, vale, tal vez como ejemplo genético sea genial, pero… No. No cuela. Por no mencionar que los profesores parecen ignorar completamente –excepto microbiólogos –la existencia de los anticonceptivos. ¿Qué se puede esperar de unos tíos que se empeñan en decir matrimonio cuando hablan de un cruce entre ratas? Comprendería que se refirieran a cruce cuando hablasen de humanos, pero lo otro… No sé.
- En medio de una clase, escucho a uno de mis conespecíficos –concretamente el de atrás – una frase que me llegó al alma: “Se me han quemado las alubias, digo yo.” Ah. Pues vale.
Entre estas y más estrambóticas situaciones se desarrolla el día a día de un aspirante a biólogo. Pero esto no es lo más divertido, no. Algunas almas sensibles considerarán lo que escribo a continuación de mal gusto –una gilipollez, no es más que la vida misma –, pero no creo que estén leyendo el blog del Lanarch.
Lo más divertido, es haber aprendido cosas como que los úteros de las ratas llegan hasta las axilas, y la cría que allí se desarrolla muere asfixiada. Si alguien creía en el Diseño Inteligente, aquí tiene la prueba irrefutable de que esa teoría no es válida.
Sin embargo, no todo es jolgorio y alegría en la vida del biólogo. No, ni mucho menos. Situaciones difíciles se suceden en todo momento, como aquella en la cual nos pasamos dos meses hablando de microtomos. Para quienes lo ignoren, los susodichos microtomos son el equivalente científico de las máquinas de las carnicerías de cortar el jamón. Básicamente, son un soporte con una cuchilla. Y tajan. No tiene más misterio. La situación difícil a la que me refería ocurrió en las prácticas, cuando, después de los dos meses de escuchar a un profesor hablando de esos simpáticos aparatos, y tras hora y media de explicaciones prácticas sobre los mismos (la cuchilla corta, el soporte es para la muestra, la muestra se pone en el soporte, y la cuchilla la corta, cuidado que corta, la cuchilla), a todos nos sorprendió la duda insoportablemente ingeniosa de una de nuestras compañeras: “Pero, a ver, la cuchilla, ¿para qué sirve?” Después de eso me planteé enseñarle por el método empírico para qué sirve la maldita cuchilla. Aún así, respeté su miserable vida, porque la biología me ha enseñado la importancia del pool genético.
Aún así, de todas las cosas raras que la carrera me ha mostrado, la perla soberana es ésta. Existe una asignatura de libre elección llamada “La Humanidad underground: prospectiva sobre el mal”, cuyos propósitos son, entre otros, y cito textualmente: “…comprender las imágenes del mal que se han generado en las diversas culturas. Reconocer la pervivencia de esta realidad multiforme en la actualidad.” En particular, el tema 3 parece fascinante: Los escenarios y personificaciones del mal. La única pega es que se imparte en el campus de Zamora. Si alguien es de allí y quiere ir, que sepa que es lunes y jueves a las 4.
Mola ser biólogo. Mala fama tenemos, eso lo admito, pero el mundo nos necesita. Aunque no lo sepa.
> Lo más divertido, es haber aprendido cosas como que los úteros de las ratas llegan hasta las axilas, y la cría que allí se desarrolla muere asfixiada. Si alguien creía en el Diseño Inteligente, aquí tiene la prueba irrefutable de que esa teoría no es válida.
ResponderEliminarXDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDD
(Sí, respondo en mi propio blog, qué pasa)
Jejeje
ResponderEliminar¿cuantos te han pedido ya ser estrellas invitadas?
A mi no me importaria escribirte algo... Pero de estrella tengo mas bien poco
Hombre, tú lo tienes más difícil que cualquier XX, obviamente, pero si te esfuerzas... XD
ResponderEliminar¿Y qué tiene que ver esa asignatura de libre con la biología...?
ResponderEliminar> ¿Y qué tiene que ver esa asignatura de libre con la biología...?
ResponderEliminar¿Siguen teniendo todos los médicos pucelanos en el curriculum la de Mitología Clásica? XD
Y esaa todavía tiene sentido en su propia carrera, pero es que hay algunas que hay que joderse. Pídele a Sekto que te hable de la de Matemáticas en la Vida Cotidiana, de Magisterio. Una vez estuve porque no podía creerme lo que me contaban. Y era todo cierto...
>¿Siguen teniendo todos los médicos pucelanos en el curriculum la de Mitología Clásica? XD
ResponderEliminarNo sé, pero una amiga mía (que está en medicina) se ha cogido papiroflexia...
>Pídele a Sekto que te hable de la de Matemáticas en la Vida Cotidiana
¡Viva la asignaturas de libre elección! ¡Vosotras, y sólo vosotras, sacaréis adelante nuestro futuro!
Ay.
Pues me estoy pensando lo de la papiroflexia... xD
Si javi va a ser estrella invitada YO tambien.
ResponderEliminarAdemas me lo merezco porque cada vez q entro en tu blog me muerde.
¡Javi no es Jezabel!
ResponderEliminarAh, vale, ya lo veo. Es que esta es antiguo y ya no me acordaba de lo que había escrito cada uno XD
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