jueves, 17 de diciembre de 2009

Satán es mi señor, o las consecuencias de la maldad urbanística

En el occidente arrasado por la Segunda Guerra Mundial, el mundo eligió, para reconstruir las ciudades (lo que es lo mismo que decir “cómo vas a vivir en comunidad”) ¡a un suizo capillitas! De la misma forma que un decorador minimal erraría si no pone una papelera para compresas en los váteres de señoras o el diseñador de un frikódromo erraría si no pone una colgador para que los roleiros dejen sus mochilas, alguien que diseña una ciudad para seres humanos que salen a la calle a pasárselo mínimamente bien debería ser un ser humano que saliese a la calle para pasárselo mínimamente bien.

Así visto, un suizo meapilas fue la peor de todas las elecciones posibles. Y seguiré considerando a Le Corbuisier como uno de los mayores enemigos de la humanidad (como Platón fue enemigo del pensamiento o Bruno Mattei del cine) ante toda la jauría de licenciados en arquitectura que han tenido que sufrir una media de trece años en esa carrera. No porque sea difícil (las cosas chungas como cálculo de estructuras lo terminan haciendo los ingenieros) sino porque lograr que te laven el cerebro con las ideas de Le Corbusier es un proceso que, por cojones, tiene que tomar su tiempo.
Absolutamente genial documento visto en Vicisitud y Sordidez, y que ha conseguido hacerme llorar a la vez de risa y de IRAAA. Cierto, es largo, pero merece muchísimo la pena. No sé a qué esperáis. Algunos extractos más, por si acaso:
La arquitectura es como la Fórmula 1: un buen arquitecto siempre tendrá una excusa a mano. “En realidad, la culpa de que todo lo que he diseñado se convierta en un yonkídromo o pozo de inmundicia es de los constructores/especuladores/políticos/ponga-usted-aquí-lo-que-quiera-siempre-que-tenga-muy-poca-vergüenza que arruinaron mi maravillosa visión”. No voy a decir yo ahora que, del papel al solar no ocurran mil cosas, pero todo arquitecto ya tiene pelo en el pubis como para saber cómo es el mundo real y no decir cosas como “Vale que me corrí dentro, ¿pero cómo iba a saber que te quedarías preñada?” o “¿Crees que mi hermana corre peligro atada en pelotas a una farola a la salida de una sala X?”.

(...)

Este urbanismo es el cenit del movimiento llamado “Urban renewal” que, en español, significa, “Vamos a arrasar los vecindarios con vidilla que tanto molestan al señor Corbusier y, en su lugar, rendir culto a Satán”. ¿Por qué triunfó esta aberración? Pues por el mismo motivo que, con didacticismo, logran triunfar las lecciones de higiene genital para adolescentes: es tan fácil convencer a un chaval de que se frote la minga con jabón en la ducha como convencer a un promotor inmobiliario de arrasar todo un barrio – con una ley del gobierno que permite la turboexpropiación – para edificar rascacielos.

¿Ven? El otro gran invento de Le Corbusier fue la especulación inmobiliaria a saco (además del polígono, las ciudades dormitorio o los grandes centros comerciales para calorros que reunan TODAS las tiendas de una zona).

(...)

Cuando el nazismo de la arquitectura modernista se da la mano con la especulación inmobiliaria, lo primero que hay que hacer es vender que una zona de la ciudad está TAN degradada que es urgente hacerle un “Urban Renewal”. Lo curioso es que, casi siempre, se solían escoger barrios joviales y bulliciosos en los que viviesen judíos, negros o italianos. Acto seguido, se enviaban unos fotógrafos dignos de colaborar con Urdaci o Libertad Digital, para sacar lo más chungo del barrio. Evidentemente, en pleno McCarthysmo nadie iba a quejarse o firmar nada (por aquello de que te encerrarían por comunista si te quejabas porque alguien te destruía tu casa) y, acto seguido, prodecíamos a arrasar a mayor gloria de Satán. Para entendernos: si Madrid hubiese sido Boston, hoy en día Malasaña sería San Chinarro y el barrio de los Austrias sería un polígono industrial de Alcobendas. Y Florentino Pérez sería todavía más rico. Y mi vida sería un infierno.
¿Pero qué haces aquí todavía? ¡Pincha YA!

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