martes, 22 de julio de 2008

Crónica de una muerte anunciada

Anarroseo:
El asunto empieza conmigo en la panadería. Llovía. Compré dos baguettes, un cabello de ángel y un pituso blanco, pero no volvería a recordar esto hasta dos días después. Eché a andar Filiberto Villalobos arriba, supongo que pensando como siempre pienso, que me gusta más la palabra Filiperto que Filiberto. Filiperto Villalobos. Eso sí que mola.

Al llegar a la Facultad de Ciencias Ambientales, me dirigí al paso de cebra. En aquel entonces no me di cuenta, pero al parecer me crucé con dos amables jovencitas, que después servirían de testigos. La lluvia era bastante más que generosa, y yo llevaba sólo una de esas livianas camisetas de verano que me había costado treinta euritos en Natura. Miré –a ambos lados a pesar de que los coches sólo podían venir en una dirección. A mí me gusta perder el tiempo en los pequeños detalles –. Vi un coche, blanco, saliendo de la rotonda que hay al principio de Alfonso XI. Para que os hagáis una idea espacial sin necesidad de un mapa, os diré que yo estaba al final de la calle, en la otra rotonda. Entre medias cabe un centro comercial, una facultad y algo más.

Bueno, el coche estaba a tomar por el culo. Así que pasé. Me di cuenta de que acababa de cagarla cuando empecé a oír el chirrido de los neumáticos contra el asfalto. No sé si me dio tiempo a mirar o no.
No os asustéis, porque si Jezabel fue capaz de contarlo en su blog es que el título es obviamente exagerado.

1 comentario:

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